¿Deben o no asistir los niños a un funeral?

 

¿Por qué NO llevar a los niños a un funeral?

Los adultos que defienden que los niños no deberían asistir a los rituales funerarios de un familiar o de una amigo, suelen argumentar básicamente tres argumentos
  • Asistir a un funeral puede resultar una experiencia estresante y traumática. 
Quienes sostienen esta idea consideran que en el tanatorio y en el funeral de alguien cercano, sobre todo si se trata de una muerte inesperada y/o en una persona joven, los adultos suelen encontrarse en situación de shock y dar rienda suelta a sus emociones. Por eso mismo, los niños deberían ser protegidos de la vivencia del dolor agudo. Argumentan, además, que la visión de una persona fallecida les generará a los niños una imagen muy dura, que difícilmente olvidarán y que con seguridad les llenará de miedos y de ansiedad.
  • Los niños menores de 8 ó 10 años no entienden el significado y la irreversibilidad de la muerte. 
Por este motivo, quienes defienden esta visión argumentan que los niños no entienden el significado de los rituales mortuorios y, por ende, tampoco necesitan participar en ellos. Es mucho mejor, siguiendo esta idea, apartar a los menores del contacto con la muerte y el duelo y abordarlos más tarde, cuando el niño sea capaz de entender el significado de lo que ha ocurrido.
  • Para poder ayudar a los niños a enfrentarse con la muerte de un ser querido, sus cuidadores principales deben estar tranquilos y serenos.
Dado que  tanto en el tanatorio como en los funerales los adultos suelen estar sobrecogidos por su propio dolor y no están en buenas condiciones para ayudar a los niños a afrontar la pérdida y el duelo. Quienes abogan por esta idea, no buscan proteger a los menores del contacto con la muerte, sino que optan por gestionar primero el dolor de los adultos y luego, en un segundo momento, atender y guiar el dolor de los niños.

¿Por qué SÍ llevar a los niños a un funeral?

Otros adultos defienden la idea de que los niños no sólo pueden, sino que, en determinados casos, deben participar en los funerales. Entre ellos se encuentran de forma casi unánime la mayoría de profesionales de la psicología, de la psicoterapia y de la educación. Basan sus recomendaciones en los siguientes postulados:
  • Los niños están en contacto con la muerte mucho antes de lo que los adultos queremos admitir.
La tendencia de apartarlos de los procesos que rodean la muerte de la vida diaria es relativamente reciente. Antes las personas morían en casa y los niños participaban de los velatorios sin restricciones. Pero, aun con la muerte desterrada a los hospitales y tanatorios, los niños saben de ella a través de los cuentos, de la naturaleza y de la televisión. Aunque sea de forma poco racional, han visto alguna vez un pájaro muerto o se han entristecido por la muerte de la madre de Bambi en la película de Walt Disney. Por tanto, la muerte comienza a formar parte de su imaginario mucho antes de perder a un familiar. Y nos resultará relativamente fácil explicarles qué ha sucedido (ver guía “Cómo comunicar la muerte a niños menores de 8 años”).
  • De la misma forma que los adultos, los niños necesitan los rituales para transitar por los procesos de duelo.
La pérdida de un ser querido, ya sea anunciada o inesperada, nos confronta a todos con la tristeza y pone en marcha un proceso de aceptación de lo ocurrido que se conoce como duelo. Para los adultos, poder participar de los rituales de despedida es una parte consustancial del inicio del afrontamiento y del duelo. En el caso de los niños ocurre exactamente lo mismo, con la salvedad de que necesitan ser preparados para lo que van a vivir en un tanatorio y/o funeral.
  • Aunque la finalidad de no incluir a los niños en los rituales mortuorios sea otra, los niños sienten que son apartados no ya de los actos de despedida de su ser querido, sino del seno de la familia.
Incluso muchos años después de la muerte de un familiar, muchos niños y más tarde muchos adultos recuerdan de forma dolorosa que no se les ofreció la posibilidad de participar en la despedida de su progenitor, de su hermano/a o de su abuela. Sienten lo que muchos expertos denominan la sensación de ser afectados de segundo grado o dolientes olvidados, es decir, que su tristeza y dolor es menos importante o intenso que el de los adultos. Y deducen que no son tan importantes como otros en la familia, por mucho que el hecho de apartarles por nuestra parte sea una forma de protección y para nada suponga no tenerles en cuenta.

¿Cómo influye la edad del niño en la decisión?

La capacidad de un niño para comprender la muerte depende básicamente de dos variables: su edad cronológica y las anteriores experiencias que el niño haya tenido con la muerte. 
De forma orientativa, la idea y comprensión del hecho de la muerte transita pos las siguientes fases:

De 0 a 3 años: 

Los niños no comprenden ni el hecho de la muerte en sí ni mucho menos su irreversibilidad. Pero sí se dan cuenta de que una persona cercana (o una mascota) que habitualmente estaba con ellos, ya no está. Por este motivo es muy importante tratar de explicarles con palabras sencillas que su ser querido ha muerto y ya no volverá más. 
A esta edad, los niños comprenden realmente poco de lo que ocurre en un funeral. Además, su capacidad de atención es muy escasa todavía y lo más probable es que el niño acabe llorando, asustado y cansado y generando estrés a sus cuidadores.

De 3 a 6 años:

Los niños entienden ya que la muerte significa algo grave. Pero, en parte por su pensamiento concreto y en parte por la influencia de los cuentos, muchos creen que la muerte es reversible. Además, rodean el hecho de pensamientos mágicos y creen que lo imposible es posible. Registran cierto egocentrismo en el pensamiento, que hace que pueden aparecer pensamientos de culpabilidad. Por esto , con frecuencia atribuyen el hecho de la muerte a un enfado con la persona fallecida o a un castigo por su propio mal comportamiento.
En esta etapa, si lo explicamos bien y con palabras sencillas, los niños pueden entender que la muerte supone que el cuerpo de la persona fallecida ya no podía funcionar y que por eso se ha muerto. Dado su dificultad en entender que la persona no va a volver, hay que ser especialmente cuidadoso en la forma en que comunicamos la noticia de la muerte al niño y evitar a toda costa expresiones ambiguas que pueda malinterpretar o entender de forma literal como hemos perdido a la tía Luisa o la abuela se ha ido.
Aconsejamos permitirles a los niños escoger si quieren o no asistir junto a nosotros al tanatorio para despedirse de su familiar o amigo y hacerlo en un entorno de calma y  cierta intimidad. Y pensamos que la forma más apropiada de hacer partícipe a un niño de estas edades en los rituales mortuorios es acompañarlo al tanatorio, responder a sus preguntas, permitirle ver lo que desee ver, pero todo ello en la intimidad de un grupo de familiares reducido y no en el día de un funeral con muchas personas, bastantes de ellas desconocidas para el niño.

De 6 a 9 años:

Se da una comprensión gradual y cada vez más exacta del carácter irreversible y definitivo de la muerte. El nivel de razonamiento es ya lo suficientemente maduro como para poder establecer una relación de causa y efecto entre la enfermedad y la muerte.
A esta edad, los niños suelen mostrar inquietud acerca de dos cuestiones fundamentales. La primera es que al entender lo irreversible de la muerte, toman consciencia de que sus padres y/o cuidadores principales también podrían fallecer y suelen formular preguntas muy concretas acerca de quién y cómo les cuidaría en tal eventualidad. La segunda preocupación gira entorno a la diferencia entre las enfermedades comunes, como un constipado, y aquéllas que conducen a la muerte. Será muy importante poder hablar con los niños sobre estos aspectos y ofrecerles respuestas honestas y tranquilizadoras a la vez.
Si se les ofrece la oportunidad, los niños de esta edad raramente rechazan asistir a un tanatorio y/o funeral. Es importante informarles de qué se va a hacer allí y cuándo. Cada niño suele encontrar la forma en que desea despedirse de la persona que ha muerto. Les ayudará poder participar de alguna manera en los rituales: muchos niños eligen hacer un dibujo o introducir un juguete en el féretro.

Más de 9 años:

La conceptualización de la muerte es la misma que la de los adultos. La forma de informarles acerca de lo ocurrido también suele ser muy similar a la que usamos con otros adultos. Sólo hay que estar especialmente atento al desconcierto que la muerte de un familiar o de un amigo le produce a un niño de estas edades. Suele preguntarse qué es lo correcto y que sería lo incorrecto. Carece de modelos acerca de cómo conducirse y cómo expresar sus sentimientos. Por ello, es especialmente importante asegurar al niño y al adolescente que no hay una forma correcta y otra incorrecta de comportarse ni de sentir la pérdida. Es crucial explicarle que no importa si llora o no llora: muchas personas lloramos con lágrimas, pero otras lloramos sin lágrimas, incluso, algunas, están de mal humor. Y que la cantidad de lágrimas que se vierten no es una medida del cariño que sentíamos por el difunto. 
Seguramente, querrá participar de todos los rituales como los adultos. Aunque la opción es correcta, no debemos  olvidar que si es la primera vez que asiste a un tanatorio o funeral, también necesita ser preparado. Necesita saber qué se hará, cuándo se hará y quiénes se reunirán para estos rituales.

¿Cuál es la mejor decisión?

La mejor decisión dependerá en cada caso de la edad del niño y de implicarle en tomar por sí mismo esa decisión. Pero, para poder hacerlo, el niño deberá contar con la información necesaria, explicada de forma clara, concreta y directa. 
Esto significa que debemos explicarle la muerte de su ser querido cuanto antes, siguiendo las pautas para la comunicación de la muerte de un ser querido. Esto es especialmente importante para dos motivos:
  • Para que sienta que es incluido en el núcleo familiar desde el primer momento y que alguien cercano a él se pone en su lugar y trata de hacerle comprensible los cambios y la inquietud que nota a su alrededor. Esto es válido incluso para los bebés y niños menores de 3 años, que no podrán acabar de entender el alcance de lo que les estamos contando, pero percibirán nuestra tristeza y nuestro acercamiento. 
  • Para que pueda elegir cómo quiere despedirse y en qué momento desea estar con los adultos o, por el contrario, necesita un respiro y prefiere retornar a sus actividades rutinarias con otros niños. 

¿Cómo preparar a los niños para asistir al tanatorio y/o funeral?

La preparación de un niño para asistir al tanatorio o a un funeral debe componerse de cinco pasos fundamentales:

1.Comunicación de la muerte

No espere demasiado en darle a su hijo/a la noticia del fallecimiento: en la actualidad la información de un fallecimiento se difunde con una inmediatez asombrosa, debido al uso de las redes sociales y  los teléfonos móviles. Por comprensible que sea que Usted necesite unos momentos para asimilar la noticia y prepararse para transmitirla a sus hijos con serenidad y en la debida forma, piense que con cada 5 minutos que pasan aumenta la probabilidad de que el niño oiga de la muerte de su familiar por comentarios telefónicos o por el bienintencionado pésame de una vecina, que llega a destiempo, antes de que hayan hablado con él.
Aquí puede consultar una guía de cómo comunicar la muerte de un ser querido a los niños de distintas edades.

2.Procesamiento de la noticia

Reaccione como reaccione, el niño al que acaban de comunicar la muerte de alguien cercano necesita un tiempo para asimilar y procesar lo que le acaban de decir. Puede ser que quiera jugar, para olvidar lo que ha oído, puede que necesite dibujar, hablar, preguntar o … llorar.
Es importante que como adultos que hacemos la comunicación dispongamos de cierto tiempo y de un poco de tranquilidad para estar disponibles. 

3.Decisión sobre el tanatorio y/o funeral

Habitualmente, cuando en una familia ocurre una muerte, se produce una incertidumbre inicial, más o menos aguda y dolorosa en función de si la muerte ha sido anunciada o inesperada.
Tras estos momentos de shock y de duda, hay que solventar una serie de trámites y se comienzan a preparar los rituales funerarios. Los adultos de la familia suelen estar muy atareados (llamadas, gestiones, visitas…)  Por ello, es importante que durante este periodo de transición, entre el impacto de la noticia de la muerte y la despedida más social de nuestro ser querido, también pensemos en los niños quienes necesitan cierta normalidad como poder jugar, ir a ver a sus vecinos o cualquier otra actividad que les conecte con su vida anterior a la pérdida.
No obstante, a partir de los 4 ó 5 años los niños no querrán separarse de sus padres y otros adultos importantes. Una forma muy buena de conciliar ambas realidades es dejar a los niños en casa, aunque sea al cuidado de un familiar cercano, e informarles de qué estamos haciendo y cuándo vamos a volver. Proceder así les da mucha seguridad: están en su casa y la vida continua. Por poco que sea posible será importante que al menos uno de los progenitores esté presente a la hora de los baños y la cena. Para los niños, que temen poder perder a otro de sus cuidadores, romper lo menos posible con sus rutinas es altamente tranquilizador.
Cuando ya se sepan los horarios del tanatorio y del funeral, y en la tranquilidad del hogar, le explicaremos al niño todo lo que necesita saber para elegir si quiere asistir al tanatorio, al funeral, a ambos o a ninguno de esos rituales.

4.Asistencia a los rituales de despedida o actividad sustitutoria

Tenemos tres posibles escenarios:
1) Nuestro hijo ha elegido ir:
Para los niños menores de 8 años es más comprensible despedirse en el tanatorio y llevar un dibujo o un juguete como muestra de cariño y respeto. Algunos niños elegirán no ver a la persona difunta. Otros  querrán verla, cosa que deberíamos permitir explicando bien lo que van a ver: la abuela parece dormida, pero no está dormida. Su cuerpo ya no funcionaba bien y ahora vamos a decirle adiós.
Elegiremos un momento de intimidad en el tanatorio: a los niños no les afecta ver a un adulto llorar, pero sí les asustan las muestras muy expresivas de dolor como los gritos y las estridencias.
Acompañaremos al niño en todo momento, responderemos a sus preguntas, estaremos atentos a todo lo que expresa y captaremos cuándo ha llegado el momento de marchar. Habitualmente los niños no desean permanecer mucho tiempo en el tanatorio, porque ya hemos dicho adiós.
Los niños mayores de 8 años suelen elegir asistir al tanatorio y al funeral. Les advertiremos que en el funeral hay mucha gente, que son todos los que querían mucho a la persona fallecida y todos sus amigos.
También a esta edad acompañaremos al niño, responderemos a  sus preguntas y captaremos las señales, dándole la oportunidad, si quiere,  de contactar con otros iguales o con personas a las que le apetezca saludar.
2) Nuestro hijo ha elegido no ir:
No sólo respetaremos su decisión, sino que pondremos especial cuidado en que ningún familiar le haga sentir mal por no querer asistir al tanatorio o al funeral. 
Pasados unos días, por si su negativa tuviera un punto de negación de la realidad de la pérdida, le acompañaremos al cementerio o al lugar dónde estén las cenizas de nuestro familiar fallecido. Le explicaremos que podemos recordarlo en cualquier sitio,  acordándonos de cosas que hemos hecho con él/ella o viendo fotos. Pero que a veces también vamos a su tumba a llevarle flores o un dibujo y recordarle mostrando nuestro cariño en el sitio en el que su cuerpo que ya no funcionaba. 
3) Tenemos varios hijos: unos quieren ir, otros no:
Conceptualmente, la solución es simple: el niño que quiere ir, va; el que no, no. Esto a veces presenta algunas dificultades de organización, pero es importante respetar la voluntad de cada uno de ellos.
Pasados unos días, procederemos como en el caso anterior: iremos con todos al cementerio o al lugar dónde se han esparcido las cenizas para presentar nuestros respetos.

5.Retorno a la rutina cotidiana y tareas del duelo  

El funeral marca el final del periodo de excepción que comenzó con la noticia de la muerte de nuestro familiar y el retorno a la vida cotidiana. Ese momento suele ser doloroso, porque se vuelve a la normalidad, sí, pero sin la persona que ha fallecido. Muchas cosas, muchos lugares, algunas fechas nos recuerdan su ausencia. A este proceso de aceptación de la pérdida se le denominaba antes proceso de duelo, concepto que se ha ido sustituyendo por el de tareas del duelo, indicando una serie de acciones concretas que hay que ir resolviendo.
Describir esas tareas excede el marco de este artículo, pero es importante entender que los niños necesitan hacer las mismas tareas de aceptación por la ausencia de su ser querido que nosotros, los adultos, aunque a un ritmo más rápido.

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