La emoción y el subconsciente.



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La consciencia es resultado de un salto evolutivo de nuestro sistema nervioso, es decir, del procesamiento inconsciente, el cual es anterior a ésta tanto filogenética como ontogenéticamente. Por lo que, obviamente, la integración, la coordinación y la interacción armoniosa entre ambos sistemas es el principio básico que regula nuestra actividad psíquica. Nuestra mente ha evolucionado de esta forma para aumentar nuestra capacidad adaptativa, y la primera limitación que la consciencia está llamada a suplir es la rigidez y lentitud del sistema inconsciente para responder y adaptarse a las continuas variaciones del medio. La consciencia no va a realizar aquellas tareas que ya hacía el inconsciente de forma eficaz, siendo éste el que se encargará de realizarlas cuando sea necesario. No tiene sentido que ambos sistemas se dediquen a hacer lo mismo, duplicando ineficientemente el esfuerzo, especialmente cuando el inconsciente es un sistema de cómputo extremadamente potente y rápido. Por lo que la consciencia no hace nada sola en sentido estricto y está en constante y coordinada interacción con el inconsciente. Otra forma de no duplicar esfuerzos inútilmente es diferenciando los campos de actuación y estableciendo reglas que coordinen el trabajo de ambos sistemas para que la actuación global del organismo no sea un caos. La consciencia tiene cierta prioridad de acción, primero, porque se supone que es el último gran “fichaje” del sistema nervioso y, segundo, porque necesita que el inconsciente le ayude constantemente. El procesamiento inconsciente, por otro lado, sigue desarrollando básicamente las mismas funciones que realizaba hasta la aparición de la consciencia. Unas las lleva a cabo completamente solo y otras en coordinación con la consciencia, cuando esto supone una mejora.



Lo sensorio-emocional es la principal y primera vía de interacción entre estos dos sistemas. A veces plantear este continuo entre los sensorial - perceptivo y lo emocional genera cierta sorpresa. No vamos a entrar en detalle a explicar esta cuestión, pero para facilitar su comprensión en vez de fijarse en las percepciones visuales o auditivas, le recomendamos al lector que lo haga en las táctiles como frío, calor, dolor, suavidad, aspereza, o en sensaciones internas como el placer, el hambre o la sed. En el “continuo” de las percepciones sensoriales a las sensaciones físicas y de éstas a las emociones, lo que va cambiando es la importancia que adquiere el yo. En las percepciones, la experiencia consciente está muy marcada por el estímulo, y de nuestra parte sólo ponemos lo que nuestra naturaleza genética como seres humanos nos lleva a procesarlo y recrearlo de una manera determinada, distinta a como lo hacen otras especies. En las sensaciones, además, se hace presente nuestro estado corporal, y lo que notamos es la diferencia de temperatura entre nuestro cuerpo con el exterior, o cómo el líquido que ingerimos reestablece la necesidad que de él tenía nuestro organismo. Y en las emociones se hace presente además nuestra historia, nuestras experiencias vitales que son las que definen nuestras alegrías y tristezas, lo que nos duele y a lo que nos hemos acostumbrado, etc.
Todas estas experiencias son subjetivas y conscientes, pero son reguladas inconscientemente desde las estructuras más internas y primitivas de nuestro cerebro. Son mensajes biológicamente antiquísimos, sin estructura simbólica alguna (no traducibles en palabras: si no has experimentado el frío, el color rojo o el amor un diccionario no puede ayudarte), son lo que son, modificaciones de nuestros estados corporales que no controlamos y se experimentan directamente en consciencia. ¿Por qué el inconsciente envía este mensaje a la consciencia? Él ya sabe que nos hace falta líquido cuando fabrica la sensación de sed, como también sabe que ya no necesitamos más cuando nos hace sentir saciados. ¿Para qué entonces este gasto de energía? No puede tratarse sólo de un adorno biológico, sería absurdo que la evolución nos llevara a fabricarnos estas experiencias si no tuvieran utilidad. Su papel en la adaptación al medio es incluso, y en cierta medida, independiente de la causa que las origina. Así, una rata sedienta sentirá cómo sacia su sed si pone su lengua bajo un chorro de aire frío, pero esto lo único que hará será acelerar el consumo de líquidos, por lo que si se retira del chorro de aire su sed será más intensa, esto la mantiene pegada al chorro de aire de forma que morirá deshidratada, pero sin sensación de sed. Es como cuando bebemos alcohol para entrar en calor. El alcohol dilata los vasos sanguíneos por lo que liberamos más calor corporal al exterior, sintiéndonos calentitos pero acelerando la hipotermia (estos ejemplos también ponen de manifiesto las limitaciones del sistema en algunas situaciones, pero no cuestionan su eficacia en la mayoría y, obviamente, no existe un sistema infalible para cualquier situación posible).
Damasio tiene claro que las emociones favorecen nuestra flexibilidad de respuesta ya que nos permiten extraer información de situaciones parecidas y, por tanto, aumentar nuestro repertorio prefijado de respuestas. Toda emoción empieza con la evaluación de un estímulo, no surgen aleatoriamente y sin razón alguna. Esta evaluación puede ser tanto consciente como inconsciente y el estímulo puede ser externo o interno (una percepción, un recuerdo, una idea) y procesado conscientemente o no. A esta evaluación, que puede referirse a una sola característica del estímulo, le sigue una reacción fisiológica que altera nuestro estado corporal, incluida la actividad cerebral. Este cambio corporal nos prepara para enfrentarnos a dicha situación, las emociones son el motor para la acción, de ahí también que accedan a consciencia por ser ésta la coordinadora de la actividad motora. Sin emociones (sensaciones) no tendríamos objetivos que dirigieran nuestra acción, o de tenerlos estarían prefijados (genéticamente) y nuestro comportamiento sería rígido, como el de un robot . Sólo excepcionalmente, por tanto, puede darse una reacción corporal tan leve que si la consciencia estuviera distraída no nos diéramos cuenta de nuestro estado emocional, ya que las emociones están hechas para ser experimentadas conscientemente y llevarnos a la acción. Si bien esta afirmación no afecta a ser conscientes de lo que la ha provocado. Recordemos que tanto la evaluación como el propio estímulo podrían ser procesados inconscientemente, no hacer esta diferenciación confunde a veces el debate en torno a si las emociones pueden ser inconscientes o no. La puesta en marcha de la emoción es lo que puede quedar al margen de la consciencia, pero lo normal, como ya hemos dicho, es que se experimente conscientemente. Conviene recordar que tenemos reacciones afectivas muchísimo antes de que el niño adquiera el habla, la consciencia de sí mismo, etc.... El papel del inconsciente en las emociones se pone de manifiesto en las investigaciones en psicología social que revelan una mayor importancia en la comunicación personal de los aspectos no verbales, que normalmente se procesan inconscientemente, que de los verbales. O las investigaciones sobre disonancia cognitiva de Festinger, en la que los sujetos justifican racionalmente las decisiones que han tomado movidos, en el fondo, por aspectos emocionales o afectivos. Hay que tener en cuenta, además, que las reacciones afectivas ocurren sin esfuerzo y son inescapables. Sólo podemos controlar su expresión, y los juicios afectivos tienden a ser irrevocables (p.ej. “me gusta o no me gusta”), aunque se invaliden las razones que aparentemente los justificaban. Algo parecido ocurre en las relaciones interpersonales en las que, olvidado el motivo del conflicto, se mantiene la reacción afectiva. Por último, también es importante fijarse en que las reacciones afectivas son difíciles de comunicar, pero, en cambio, su expresión facial es universal, así como que los juicios afectivos implican al Yo, mientras que los cognitivos sólo al objeto.
El que una emoción pueda experimentarse sin razón aparente lleva a la consciencia, que necesita dotar de congruencia sus contenidos y “explicarse” las cosas, a establecer asociaciones entre la emoción y los estímulos que acceden a la misma, por lo que muchas veces atribuimos erróneamente nuestras emociones a razones que no son la verdadera causa de las mismas.
Hay que recordar que el procesamiento de un estímulo, tanto externo como interno, comienza con un análisis inconsciente del mismo: el análisis de las señales sensoriales y la posterior activación en MLP de su red de conexiones (este último paso sería el único si se tratase de un estímulo interno como un recuerdo etc….). La activación de las conexiones en memoria supone simultáneamente la activación de la valencia afectiva asociada a cada significado. Es importante tener en cuenta que la memoria usa como uno de sus principales criterios de almacenamiento y codificación los estados afectivos asociados a cada estímulo. Es decir, que la carga afectiva de un estímulo se activa durante el procesamiento inconsciente de éste, antes de su acceso a consciencia. El hecho de que el tálamo, principal receptor de la información proveniente de los órganos encargados del procesamiento sensorial, tenga una conexión directa con la amígdala, relacionada con las respuestas emocionales, le permite a ésta reaccionar 40 ms antes que las áreas sensoriales del neocortex, con las que el tálamo mantiene conexiones más complejas, lo que aporta la base neurológica que fundamenta la prioridad de la reacción afectiva sobre la experiencia consciente del estímulo.
Según la intensidad, relevancia o complejidad del estímulo, el filtro selectivo podría determinar o no su paso a consciencia, lo que facilita o dificulta el saber cuál es la causa de nuestra emoción. Prepararse para la respuesta es prioritario para conocer la causa que ha motivado dicha reacción. Si los sistemas de emergencia y seguridad de nuestra ciudad (policía, bomberos, ambulancias) sólo se pusieran en marcha cuando tuvieran toda la información precisa sobre el acontecimiento para el que se les reclama, probablemente no nos serían útiles. Su eficacia radica en la inmediatez de su reacción y, si ésta no se produjese a tiempo, si llegan tarde, de nada les habría servido conocer con precisión para qué se les requería. Gracias a este reparto de tareas, las limitaciones de capacidad de la consciencia no suponen un inconveniente mayor y permiten que sus recursos puedan emplearse en actividades más complejas que buscar constantemente señales de alarma, al poder confiar en la segura reacción del inconsciente ante los estímulos relevantes. En cualquier caso, por tanto, la emoción sí irrumpiría en la consciencia interrumpiendo el resto de procesos en marcha, porque es un mensaje prioritario donde la consciencia no puede imponerse al inconsciente y éste toma el mando. Podemos controlar nuestra respuesta motora y no dejarnos llevar por la emoción, podemos intentar controlar su expresión, pero no podemos evitar sentirla. Como mucho podríamos distraernos durante un rato si estamos concentrados en algo y si la intensidad de la emoción no es mucha, pero si persiste o su intensidad aumenta, acabará imponiéndose. Hay que entender que para enfrentarse a situaciones de emergencia de la forma más adecuada posible es vital que la activación general del organismo sea lo primero que se produzca sin opción a ser bloqueada por la actividad consciente.
La reacción afectiva desencadenada facilita, además, la identificación de lo que es relevante en el medio, al introducir un sesgo de búsqueda de información positiva o negativa según corresponda. Esta actividad afectiva nos prepara también para recibir dicho estímulo y nos ayuda a encontrar los recursos necesarios y las respuestas más adecuadas que, por estar relacionadas afectivamente con la situación, han sido activadas en memoria y son más accesibles. Por tanto, gracias a que experimentamos conscientemente el dolor podemos conocer, afrontar y evitar las situaciones que lo producen.
Por otro lado, la consciencia puede directamente dar origen a distintas emociones. Pero una vez que determinada reacción afectiva se ha desencadenado, ésta escapa a su control. Lo único que el sujeto puede controlar es la ideación que la ha puesto en marcha, que es donde, además, los aspectos culturales y sociales tienen un peso elevado. Estas emociones son las que se pretenden manejar y controlar en las terapias cognitivas de la depresión etc... Algunas de estas emociones tienen un papel fundamental en la relación del individuo consigo mismo, con su propia imagen. Son, en definitiva, fruto de su autoconsciencia.
Una vez que la emoción irrumpe en la consciencia puede verse afectada por el trato que ésta le dé, pudiendo dotarla de aspectos simbólicos, culturales, relacionales, que la matizan en gran medida y que llegan a alcanzar niveles insospechados de complejidad, variedad, especialización, etc. La emoción puede ser, a la vez, expresada, ocultada, exagerada, no tenida en cuenta, sufrir distorsiones, atribuciones erróneas, etc., que obstaculizan la función para la que surge y tiene sentido. Las emociones muy elaboradas son fruto de una actividad consciente superior. Si bien es verdad que el bagaje emocional del individuo podría, lentamente y con el paso de los años, permitir una organización más compleja, con un mayor número de asociaciones de los contenidos de la memoria, que añadirían más matices emocionales. La activación inconsciente de dichos contenidos supondría, por tanto, la activación de cargas afectivas más sofisticadas.

Algunas consideraciones sobre el proceso emocional
Con lo dicho hasta aquí podemos extraer algunas conclusiones prácticas en torno al mundo de las emociones y el papel diferencial de la consciencia y el inconsciente.

1.- Hablar de emociones es hablar del cuerpo y por eso nuestras emociones nos agotan, nos cansan. Por eso sólo podemos sentir una por vez, aunque puedan alternarse con cierta rapidez, pero el escenario es el mismo para todas y mientras haya una presente no puede salir otra a escena. También por eso el estado previo del organismo afecta a la vivencia emocional. No siempre experimentamos igual nuestra alegría. Por todo ello pudieran, excepcionalmente, darse situaciones en las que por agotamiento físico el cuerpo no reaccionara y nuestra emoción fuera experimentada de forma gris, fría, dando lugar a lo que Damasio denomina sentimientos “como sí”. Sentimientos que sólo se han configurado a nivel cerebral, pero que el resto del cuerpo no ha podido ejecutar. La muerte de su marido podría llevar a una viuda, agotada tras la larga agonía de éste, a dudar de su cariño hacia él porque las lágrimas ya no le salen. Pero de alguna manera “sabe” que le duele su pérdida aunque no “sienta” el dolor ni la pena.

2.- Que la emoción acceda a consciencia, que notemos los cambios corporales, no significa que seamos conscientes de lo que nos pasa. El mensaje que irrumpe no es “estás triste”, el mensaje son sensaciones físicas que tal vez no sepamos identificar si no estamos acostumbrados a hacerlo. Podríamos incluso nombrarla equivocadamente o desarrollar una incapacidad relativamente estable de no saber lo que nos pasa, aunque sepamos que algo sentimos, no sería más que una amalgama de sensaciones corporales incómoda a la que hace tiempo nos hemos acostumbrado sin saber identificar sus variaciones.

3.- Las emociones no surgen caprichosamente, hablan de nosotros, de nuestra historia personal, de lo que nos rodea y de la relación entre lo uno y lo otro. Por eso, al no tenerlas en cuenta o no comprenderlas, no sólo perdemos información fundamental con respecto a la situación, sino con respecto a nosotros mismos.

4.- Un estímulo mínimamente complejo, según sus distintos aspectos puede provocar varias reacciones emocionales, por ejemplo, un dulce para un diabético goloso es una fuente de placer y malestar simultáneamente. Esta es otra de las razones por las que las emociones son enviadas a consciencia y por las que los estímulos complejos tienen prioridad de paso a la misma: para que la consciencia valore a cuál de las distintas facetas con sus distintas cargas emocionales vamos a responder según las circunstancias. Y es en las relaciones personales donde más útil es este mecanismo de interacción consciente-inconsciente ya que las personas, sin lugar a dudas, son los estímulos más complejos a los que nos podemos enfrentar. Sólo podemos poner en marcha una emoción por vez y si ésta fuera intensa tal vez no podamos responder al resto de aspectos y características del estímulo. Cuando una pareja discute y responden sólo a lo que no les gusta del otro, no pueden sentir simultáneamente el cariño que se tienen.

5.- La activación inconsciente de las emociones no está bajo nuestro control, no podemos hacer que nos guste lo que en ese momento aborrecemos o que nos alegre lo que nos entristece. Nuestra actividad consciente sólo puede, en ese momento, poner en marcha otro proceso emocional que podría quitarle el puesto al primero en cuanto a vivencia consciente, pero eso no cambiaría la carga afectiva asociada a nivel inconsciente al primer estímulo. Eso sólo puede cambiarlo la vida, las experiencias etc. Sólo estamos poniendo en marcha un nuevo proceso emocional que se superpone al anterior. Cuando pensamos en los aspectos positivos de algo malo, podemos sentirnos mejor mientras esos contenidos ocupen nuestra consciencia, pero no dejaremos de sufrir si de nuevo nos fijamos en lo negativo. Sería gravísimo para nuestra adaptación al medio que caprichosamente pudiéramos cambiar el impacto que las cosas han tenido para nosotros. Para no sufrir lo convertiríamos todo en color de rosa y no evitaríamos las situaciones dolorosas porque habrían dejado de serlo, con las terribles consecuencias que esto tendría. Que la consciencia pueda repasar todos los aspectos de una situación, incluso hacer valoraciones nuevas con respecto a lo que la situación significa es muy útil para tener una percepción más completa de la realidad y nos ayuda a ampliar nuestras posibilidades de respuesta, pero sabiamente, lo normal, es que ello no acarree una desvirtualización de la realidad.

6.- Las intuiciones son mensajes emocionales sobre las cosas que nos llegan del inconsciente y por eso no son fácilmente justificables. Pero el mensaje que nos traen nuestras intuiciones, como toda emoción, habla tanto de nosotros como del estímulo, por lo que obviamente no son necesariamente fiables. El problema es que tienden a parecernos fiables ya que cuando nos equivocamos es más difícil establecer la asociación entre la “predicción” intuitiva y la verdadera consecuencia, es como si el paréntesis quedara abierto eternamente, porque simplemente no se recibe el dato esperado (incluso llegamos a justificarlo conscientemente cuando nos damos cuenta ya que “nunca se sabe” lo que podría pasar en el futuro y, por tanto, “podría acabar teniendo razón yo”). En cambio, la asociación se establece sin problemas cuando la predicción se confirma, lo que refuerza nuestra sensación de fiabilidad con respecto a nuestras intuiciones.

7.- Puesto que los estados afectivos son una de las principales líneas de conexión entre los contenidos de nuestra MLP, cuando se activa una emoción se activan a nivel inconsciente todos los contenidos de dicha red que además tendrán prioridad de paso a consciencia por estar relacionados con los contenidos que en ella están. Esto, como ya hemos señalado anteriormente, nos permite manejar datos útiles para la tarea con un alto grado de eficacia, así como establecer asociaciones entre situaciones muy dispares en todo lo demás. Así, aparte del miedo, ¿qué más tienen en común un incendio y una inundación? Nada, pero todo aquello que nos sirvió para salvar la vida en una, pudiera salvarnos la vida en la otra. Esta irrupción de contenidos con cargas afectivas equivalentes permite explicar, por ejemplo, por qué en estados depresivos nuestra mente se llena de contenidos tristes.

8.- De lo dicho anteriormente se deduce cómo, aparte de los cambios fisiológicos que se dan a nivel cerebral, las emociones influyen sobre nuestro pensamiento. Pero no como un obstáculo para el ejercicio intelectual eficaz y racional, aunque a veces pudieran serlo, sino como una fuente de información fundamental para poder afrontar las situaciones con éxito.

El razonamiento lógico deductivo es una forma “infalible” de razonar siempre y cuando se base en conocimiento preciso. Si bien nuestro conocimiento del mundo no es perfecto y, por tanto, el error es ineludible, para muchos esta forma de pensar sería el objetivo a alcanzar. El problema es que es altamente desadaptativa en la mayoría de las situaciones a las que ha de enfrentarse una persona, ya que este tipo de razonamiento sólo es aplicable si se tiene toda la información necesaria; de hecho, la conclusión ya está contenida en las premisas y el razonamiento lógico sólo la desvela. Pero en la vida cotidiana debemos tomar decisiones basadas en muy pocos datos. Las reglas de la vida, especialmente en las relaciones sociales, no están escritas, no son claras ni permanecen estables. Nuestra mente se enfrenta a esa situación a diario y, aunque no es infalible y comete errores, toma decisiones, sobrevive y no se bloquea. Que de momento sigamos existiendo como especie, demuestra la eficacia del sistema. Esta forma de razonar basada en nuestra experiencia se conoce como pensamiento heurístico y es la que tratan de reproducir los sistemas expertos en el ámbito de la inteligencia artificial.

Por tanto, y para terminar, cuando contemplamos nuestra mente, lo que contemplamos es, entre otras cosas, un sistema capaz de adaptarse rápidamente a una situación de la que apenas tiene unos pocos datos, lo que consigue gracias a la interacción entre sus modalidades de procesamiento consciente e inconsciente.





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